En las historias que escuchamos en Tierra adentro -y en todos los espacios de StoryTailors- suceden cosas terribles, inesperadas, violentas, dolorosas, increíbles.
Hoy en día vivimos petrificades ante lo violento y lo terrible, ante las guerras y los totalitarismos, ante lo más doloroso de nuestra especie. Nos petrificamos porque ya no escuchamos historias que nos hablen de todo ello y de cuáles son sus raíces profundas, y mucho menos, de qué es lo que podemos hacer al respecto.
Quienes gobiernan el mundo lo saben muy bien, por ello están recogiendo todos los libros y todas las palabras que nos permiten el encuentro anticipado con nuestra terriblidad. Nos están obligando a la ignorancia imaginal. Censurar las historias, hacerlas “digeribles” es una mutilación no solo peligrosa, sino mortal. Lo vemos ya en las calles de las grandes ciudades, por allí deambulan almas incapaces de abrazar la tensión de los opuestos.
El único camino ante el dolor es evitarlo con una sustancia, una pastilla, un algo, porque la vida es insoportable. Esto es tremendamente triste.
Si quienes leen este escrito supieran que hoy en día la tarea es cortar doce vestidos y en cada uno bordar algo hermoso a la altura del corazón, entonces sabrían que la tarea frente a lo terrible es atreverse a aprender a hacer algo nuevo con las manos. Este es el lenguaje con que una historia nos dice que eduquemos el corazón para dar hogar al monstruo que hemos exiliado debido a la falsa creencia de que solo podemos ser luz y no oscuridad.
Cuando escuchamos este sonoro, antiquísimo y cuántico “había una vez”, ante nosotres aparece de igual manera una mujer que sufre un dolor tan grande que su grito la transforma en pájaro, como un trovador capaz de aliviar el dolor con su música. Y en el siguiente “había una vez” nos conduele una mujer a quien le roban su piel y tiene que ir hasta el límite entre la tierra y el mar para saber cómo recuperarla. El aprendizaje continúa con otro “había una vez” que nos permite sentir en nuestra piel la certeza de una mujer que sabe exactamente qué es lo que quiere y la duda de otra que no lo sabe en absoluto.
En este tiempo fuera del tiempo nos encontramos también con hombres que atacan, hombres que aman, hombres que están confundidos y hombres que saben exactamente qué es lo que quiere una mujer. Y no solo eso, hay montañas, barcos, peces, vientos y neblina; en una historia todo participa, cada elemento es personaje, cada elemento tiene un alma que habla y comunica, que nos habla y que nos guía.
“Había una vez” es el gran viaje que nos enseña que todos esos personajes están dentro nuestro y son diferentes aspectos de nuestro Ser. La escucha de una historia tiene que dejar a un lado la literalidad, alimentada durante milenios por el desarrollo intensivo del logos, y aceptar esa capacidad humana de poder ver el todo y poder sentir el alma del mundo, de poder encontrarnos en una historia sin juzgar a sus personajes, y entender en cambio cómo todos nos habitan para propiciar la transformación de nuestra alma y nuestra materia. Llevamos el grito y llevamos la música en cada célula de nuestro cuerpo.
Siempre viene a mi mente el momento en que la madrastra obliga a la Cenicienta a quitarse su ropa de siempre, ponerse un delantal y bajar al sótano en donde se encuentra la cocina, el fuego y la ceniza. No puedo olvidar cómo pierde hasta su nombre.
¿No nos ha sucedido esto acaso? Una gran depresión se le parece. Sin esta historia no podemos saber que, en ese lugar en apariencia terrible, es donde encontramos el fuego de la transformación. Sin esta historia no podemos saber que un día, a fuerza de conocer de manera profunda lugares olvidados de nuestro inconsciente recuperaremos nuestro nombre y las ganas de vivir, de bailar.
Cada historia nos habla de la transformación de un aspecto de nuestra psique. De la unión de los opuestos. Ese príncipe y esa princesa que se casan al final, nos revelan la conunctio de la que habla Carl Gustav Jung, de la unión, de la armonía de nuestro aspecto femenino y masculino, seamos del género que seamos. Pero para poder abrazar este final necesitamos recordar el lenguaje alquímico que llevan estas historias consigo.