Estoy de vuelta en este espacio después de un tiempo de estar en mi (otra) tierra, con mi familia y con mis amigas y amigos de la vida. Un tiempo precioso, un tesoro.
La experiencia de vivir entre tierras, afectos y amores necesita una historia, una trama que sostenga todas las emociones que vive el corazón y que siente el cuerpo en su vasta geografía.
Y esto porque tengo dos hijos que, como tantísimos a lo largo de la vida humana en esta tierra, nacieron con tres (o más) tierras tatuadas en su memoria.
¿Cómo y a quién compartir esa insondable alegría en los reencuentros, y en su misma medida, los desgarros en cada despedida? ¿Cómo contenerlos, cómo darles una casa y un techo, un hogar? El ser humano es un ser migrante, por los motivos que sean, a todos nos corresponde un árbol que flota, viaja y se atreve a crecer en el suelo que le ha llamado.
Mi consuelo en mi movimiento migratorio es el de quitarme del medio, el de saber que si una tierra me ha llamado ha sido su mandato y no el mío el que me ha puesto en marcha; que ha sido algo fuera de mí que ha decidido que mi corazón y mi mente se expandan, se hagan más grandes, y esto no es evidente. No lo es porque en medio está ese saco de emociones: alegría, dolor, amor, nostalgia, rabia, desgarro, sorpresa, inmensidad, y estrechez. Siempre esa tensión entre los opuestos. Habitar esa tensión es nuestra tarea de vida, no solo si migramos, el mero hecho de existir y crecer nos pone en ese lugar en donde el árbol es nuestro gran maestro.
Será ello por lo que en todas las culturas está presente el árbol de la vida, ese símbolo fundamental que nos recuerda que crecemos para arriba y para abajo y que para ello necesitamos un tronco que con el tiempo se expande y se hace más grueso para poder sostener la vastedad de lo que pareciera insostenible: el arriba y el abajo.
Migrar quizá hace evidente esa tensión, si se quiere ser consciente de ello.
Mi querido profesor de cuentos de hadas me dijo un día, “todos los cuentos nos hablan de una migración. Cada viaje en una historia es una travesía del mundo consciente al inconsciente y su regreso; todos los personajes van al bosque, o se hacen a la mar o atraviesan una espesa niebla, cuando regresan son distintos, se han transformado. Así como en la noche cerramos los ojos y vamos al mundo de los sueños hacemos esas migraciones cada día, si atendiéramos sus mensajes abriríamos los ojos en un mundo nuevo cada vez. Uno en donde algo más cobraría sentido.”
Necesitaba no decir nada estos días en esa mi (otra) tierra. Necesitaba poder no indigestarme con el mundo cercano y lejano. Aquel en donde veo a mis niños repetir patrones tan antiguos, al tiempo benévolos y terribles; y ese otro en donde la violencia no se detiene y adquiere mil y una formas de hacer la guerra. Por suerte siempre hay historias bellas, tan bellas que hacen llorar, tan bellas como el despertar de esos niños míos y el de mi esposo cada mañana. Historias que se colaron entre un café y otro con amigos y amigas del alma, como suele suceder el enmaravillamiento en mi vida.
Una amiga narraba la historia de un niño diagnosticado con el mal de ser inteligente y vivaz que crecía por fin feliz lejos de las aulas y más cerca de las plantas y la vida de verdad, en un lugar que lleva el nombre Corporación Maestra Vida, nada más y nada menos. Otra amiga narraba el trabajo de un grupo de mujeres campesinas en Nariño y mujeres de las comunidades Inga y Kamentsá en el valle del Sibundoy que no se espantan con la dificultad y saben sostener muy bien la tensión entre la vida y la muerte que ha acechado desde hace cientos de años el territorio que habitan. En toda historia hay tejedores y tejedoras de vida y de esperanza.
Y el otro regalo que llevo profundo en mi corazón es sobre el amor y la muerte, la fortaleza y el profundo dolor de quien narra cómo es el ver y acompañar a un ser amado que deja de existir en este plano pero que vive para siempre en otros tantos. Creo que esa es una de las experiencias más profundas que puede experimentar el ser humano, el de presenciar el eterno ciclo vida-muerte-vida, el principio de lo femenino profundo, algo que la sociedad de hoy con su anhelo patriarcal de eternidad se niega profundamente a sentir; una negación que nos está llevando a una muerte en vida vestida con máscaras cada vez más tenebrosas.
Las historias fueron interminables y el tiempo corto, así como este escrito.
Querida comunidad quería contarles que había estado allí y que ahora estoy aquí, que el silencio del teclado me es a veces necesario, vital, y que sin embargo, llevo tiempo redactando en mi vigilia estas palabras con ese gran anhelo de seguir compartiendo el mundo imaginal, los cuentos, la sabiduría que llevan sus imágenes, en fin, todo lo que la psique ha hecho a nuestra medida.
Recuerden que estamos estrenando esta casa, y como siempre, no duden en pasar la voz sobre la existencia y el pálpito de este hogar de historias que es StoryTailors y les animo a regar la semilla de los cuentos por doquier.
Con todo mi cariño,
Doris.